jueves, 3 de julio de 2008

A Un Año De La Tragedia


Se impresionan fácil?", consulta Rodrigo Torres y empieza a sacarse la remera. Quedan a la vista las apretujadas hileras de cicatrices que le dejaron en el estómago y el pecho los dos balazos que hace un año le disparó Junior, un compañero de escuela. "No soy el mismo. Ya no hago deportes, me agito de nada... A veces me descargo pegándole piñas a la pared, pero me hace mejor llorar. Lloro a escondidas. Ahora duermo solo, pero el primer tiempo había vuelto a dormir con mi mamá". A los 17 años Rodrigo es un chico macizo: 1,80 metro de altura y 115 kilos. Está gordo, pero aunque adelgazara seguiría siendo luciendo como un toro. Al mirarlo cuesta creer que alguien de su porte hasta hace poco sólo se atreviera a dormir con la madre. Su historia es similar a la de los otros cuatro chicos heridos por los disparos que hizo Junior, entonces de 15 años, contra sus 28 compañeros del 1º B del colegio Islas Malvinas de Carmen de Patagones. Sin decir una palabra, el chico apretó el gatillo de la pistola 9 milímetros de su padre hasta vaciar el cargador de 13 balas: mató a tres e hirió a cinco. A Rodrigo Torres, Pablo Saldías, Cintia Casasola, Natalia Salomón y Nicolás Leonardi el recuerdo de aquel horror se les hace palpable cada vez que se miran y se tocan sus cuerpos cargados de cicatrices. A todos les cuesta amigarse con lo que les refleja el espejo. Cintia anda siempre de mangas largas para no exhibir su brazo derecho. Nicolás no se deja ver en cuero. Rodrigo adelanta que este verano sí piensa mostrar su pecho en el balneario del río Negro. Pero aclara: "Eso lo digo ahora. Veremos qué hago cuando empiece el calor". Padecen más traumas. Pablo, de 16, también ya volvió a dormir solo, pero a la noche se escucha el eco de los sollozos que salen de su cuarto. Sufre de estrés postraumático y para dormir toma rivotril, un potente ansiolítico. Fue el que más grave estuvo. Perdió un riñón y el bazo. Para suturarlo, los médicos gastaron metros de hilo. La última vez que se contó los puntos, eran más de 190. Se cambió de colegio y nunca más había vuelto a pisar el Islas Malvinas. Lo hizo esta semana para sacarse una foto con sus compañeros para esta nota. Los 28 de cada mes —la masacre fue el 28 de setiembre de 2004— Pablo somatiza su dolor con unas anginas que le impiden hasta tragar una miga de pan. Esos días termina durmiendo de nuevo en la cama grande con sus papás. Por las noches, cuentan, parece tener pesadillas. El año que viene termina el Polimodal —cursa el 2º año en el María Auxiliadora— y aún no resolvió qué estudiará. Hasta antes de la tragedia decía que iba a ser profesor de gimnasia como su madre, pero ahora ya no es una opción. Tiene un certificado que informa que sufre de una discapacidad que le impide practicar deportes. Nicolas Leonardi —16 años, recibió un balazo que le entró por el pecho y le salió por la axila— sigue cursando en la Islas Malvinas. No se quiso cambiar porque siente que hubiera sido una "traición" a su amigo, Federico Ponce, uno de los chicos que murió. Recién ahora volvió a dormir solo. Pero solo consigue hacerlo después de chequear que las ventanas estén trabadas. Se inquieta por cualquier ruido. Hace poco se cayó una escoba y el sonido lo hizo asustar. Se volvió bastante retraído y está olvidadizo: en su hogar aún comentan el día que regresó de la escuela sin la mochila. En la casa, además, lo notan más infantil y muy pegado a sus padres. Natalia Salomón tiene 17 años y tampoco se cambió de colegio. Recibió dos balazos. Uno le entró por la mano derecha y subió por el brazo hasta salir por la axila. Había perdido la movilidad en esa mano —no podía escribir—, pero tras el tratamiento de rehabilitación ya lo hace bien. Vive con su tía porque sus padres murieron en 1998. "Nati ya se anima a salir sola a la calle. Hace poco anduvo medio mal pero fue porque en el colegio hubo dos amenazas de bomba y los evacuaron a todos. Para ella fue como volver a vivir aquel día", cuenta su tía. A Cintia Casasola, 16 años, un tiro le entró por arriba de su pecho derecho y le salió por la espalda. "Odio estas cicatrices", repite. Esta semana estuvo decaída. Sus padres, Rosa y Roberto, están seguros que es por el aniversario de la tragedia. En el living del sencillo hogar de los Casasola sólo una pared luce decorada. Tiene un afiche con una foto en la que se ve a un sonriente Federico Ponce y, más abajo, la leyenda "Fede estoy con vos".

Esta era la historia de cada uno de los sobrevivientes de aquella tragedia.

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